lunes, 21 de junio de 2010

La historia sin nombre (parte II)

Desde aquel atroz vuelco que dio mi vida, solo con Berlín pude sentirme a gusto...mi familia y mis amigos, nunca volvieron a mirarme igual...sé que no es así, pero pareciera que necesitaban recordarme hasta el día de mi muerte, el pesar que había llegado para quedarse...Pareciera que debían recordarme una y otra vez durante meses y años; que Mariano ya no volvería.
Y fue en vano, porque nunca lo entendí...
Repito que no es masoquismo...es esperanza, tal vez es una inútil o loca esperanza...pero ¿A qué mas podía aferrarme si me quitaron la razón de mi vida? aquella por la que mi corazón latía y mi cuerpo saltaba de regocijo cuando escuchaba su nombre...
Casi como una contradicción, después de ese día y cada vez que lo nombraban, sentía que un ácido se inyectaba en mi sangre destruyendo lenta y cruelmente cada centímetro de mi cuerpo. Entonces opté por actuar como la mejor de las cobardes, me fui.
Si...me alejé de Buenos Aires, huí de nuestro lugar, nuestra ciudad...Quemé los planos para la construcción de ese bello futuro que Mariano y yo habíamos soñado...
Ahora es cuando seguramente vas a preguntarme: “Pero, ¿Mariano era un subversivo?”, y entonces voy a respirar profundo disimulando alguna que otra lágrima que quiera salir, y voy a contestarte: Mariano era un ser humano.
¿Y qué más podría responderte? ¿Acaso importa la ideología a la hora de determinar quién debe vivir?
Entonces, día tras día...descubro que el hombre inventa a dios por cobardía, por falta de genitales, perdón por la expresión... El hombre crea a dios para matar en su nombre, para privar, censurar, dañar...
Supongo que esa fue la razón por la que mi padre siempre se rehusó a usar su mejor traje para ir a misa.
Llamo a Berlín, que rápidamente apoya su cabeza en mi falda, y volvemos a casa a internarnos en nuestro cálido departamento. Pero mi corazón está frío. Ya no tiemblo, ya no sudo...Solamente existo, porque esto no es vivir...
Subimos las escaleras hasta el 1ero B, abro la puerta y me dirijo a mi mesita de luz.
Tomo una vieja cajita plateada, y la abro para observarme en el espejito.
Es mi caja de rubor...me la regaló él para mi último cumpleaños...el último que estuvimos juntos antes de que lo arrancaran salvajemente de mi vida.
Levanto la esponja para colocar el maquillaje, y veo la foto...nuestra foto. ¡Que jóvenes éramos!
Él siempre será así, pero yo no... nunca volveré a ser esa persona.
Mentiría si dijera que desde entonces quise vivir.

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